Acaba de publicarse En defensa de causas perdidas, uno de los libros más relevantes de la obra de Slavoj Žižek. En él, el excéntrico y provocador filósofo esloveno arremete de nuevo con sus incómodos psicoanálisis de la ideología liberal. Perfil intelectual de un complejo pensador políticamente incorrecto.
Por: Rodrigo Restrepo.
En el momento exacto en que Leonardo Di Caprio y Kate Winslet consuman el acto sexual, el Titanic choca contra el iceberg. Aparentemente, el texto entre líneas sugiere que la catástrofe es el castigo del destino por la doble transgresión que los protagonistas acaban de cometer: el acto sexual ilegítimo y la transgresión de las divisiones sociales. Kate le dice apasionadamente a su amante que cuando el barco atraque en Nueva York ella se irá con él, “optará por una vida de pobreza junto a su auténtico amor y renunciará a una vida acomodada, pero falsa y corrupta”, narra Slavoj Žižek en su libro En defensa de causas perdidas. Es en ese preciso instante, dice Žižek, en el que el barco choca para impedir lo que hubiera sido el auténtico desastre: la vida en pareja en Nueva York.
Pero aquí no acaba el asunto. En los últimos momentos de vida del personaje que interpreta Di Caprio, mientras este se hunde en el agua helada, ella flota a salvo sobre una pieza de madera y grita: “¡Nunca te dejaré marchar!”, al tiempo que lo aparta confusamente con sus manos. ¿Por qué? Porque detrás de la historia de amor, el Titanic de James Cameron narra otra historia: la de una joven mimada de clase alta que está pasando por una crisis de identidad, para la cual Di Caprio representaría la función de un mediador, cuya función es restaurar la identidad de Winslet, “su propósito en la vida, su autoimagen (literalmente: Di Caprio hace un retrato de ella); cuando él ha concluido su tarea, puede desaparecer”, continúa. Por eso es por lo que no debemos dejarnos engañar por el superficial marxismo hollywoodense, pues ?bajo una aparente capa de compasión, lo que se oculta es el mito psicológico y profundamente reaccionario de la joven de clase alta en crisis que, al contacto intenso con la vitalidad de los pobres, recupera su identidad. “Lo que acecha tras la conmiseración ante los pobres es su explotación vampírica”, concluye Žižek.
Esta es una de las estrategias intelectuales mejor usadas por el filósofo esloveno: la crítica de la ideología por medio de la cultura popular. Y sin duda, en nuestro mundo “tardocapitalista” la máquina ideológica por excelencia es Hollywood, argumenta Žižek en su libro En defensa de causas perdidas, recién lanzado por la editorial Akal en el país.
Hijo de padres ateos, Žižek empezó su temprana carrera académica en la Universidad de Liubliana —de la cual se doctoró en filosofía— y continuó estudiando psicoanálisis en París VIII. Su formación intelectual estuvo marcada por el ambiente político de la Yugoslavia de los setenta: una atmósfera preñada de marxismo aunque relativamente liberada del régimen soviético. En su juventud frecuentó círculos en los que se estudiaba el idealismo alemán y la Escuela de Fráncfort, así como grupos disidentes que leían a Martin Heidegger. Luego de que su tesis de maestría fuera públicamente acusada de “no marxista” y por ende rechazada, Žižek debió pasar varios años en el servicio del ejército yugoslavo bajo el mando del general Tito: todo un entrenamiento.
Tras esta experiencia, vivió cuatro años como desempleado en el régimen de Tito. Fue entonces cuando encontró la obra que se convertiría en su pasión intelectual: el psicoanálisis de Jacques Lacan, el cual le abrió todo un camino a su filosofía. A riesgo de simplificar, se puede afirmar que Žižek usa la cultura popular para explicar a Lacan, y usa a Lacan —tanto como a Marx y al pensamiento dialéctico de Hegel— para interpretar los fenómenos sociales contemporáneos.
Sin duda Žižek es una exótica y refrescante figura en el panorama filosófico mundial. “Me considero comunista, aun-?que el comunismo no sea ya el nombre de la solución, sino el del problema”, dijo en una reciente entrevista al diario El País de España. Y aunque sus escritos se ocupen con minucioso rigor de los fenómenos de la sociedad posindustrial, Žižek es un crítico furibundo de la filosofía posmoderna. De hecho, ataca a Deleuze como un representante más del “pensamiento débil” de nuestra época. En realidad, no ahorra sátiras y acusaciones contra la mayor parte del espectro filosófico actual: la deconstrucción, Heiddeger, Habermas, los “obscurantistas” de la Nueva Era o los científicos cognitivos.
Salto a la fe
A Žižek le gusta el papel?de la oveja negra, el papel del provocador. Luce una barba descuidada y el cabello grasoso, y su crítica radical trasluce en su mirada aguda e irónica. A contracorriente de la tendencia intelectual, se define como un amante de las “grandes causas” y del “pensamiento fuerte”. Actualmente, “hay un consenso subyacente: la época de las grandes explicaciones ha terminado, necesitamos un ‘pensamiento débil’”, expone críticamente en En defensa de causas perdidas. Lo que la ideología predominante nos propone es “una mezcla de liberalismo económico con un espíritu comunitario mínimamente ‘autoritario’ (que ponga énfasis en la estabilidad social, en los ‘valores’, etc.), para contrarrestar los excesos del sistema; dicho de otro modo, lo que los socialdemócratas de la Tercera Vía, como Blair, han fomentado”. Esa es la respuesta del sentido común actual, al menos en política.
Más allá de este límite solo puede existir un “salto a la fe, a la fe en las causas perdidas, las cuales, desde el ámbito de la sabiduría escéptica, no pueden parecer sino una locura”. Y es que el problema actual radica en que, en nuestra época de crisis y rupturas, esa sabiduría escéptica del sentido común —a la que podemos dar el nombre de cientificismo o de pragmatismo—, no está en condiciones de ofrecer las respuestas. De manera que, argumenta el filósofo, es necesario arriesgarse a dar el salto a la fe.
Y es en este salto necesario en donde se juega actualmente nuestra libertad, pues la verdadera libertad no es la libertad de elección tal como nos la vende el capitalismo, aquella elección que se ejerce siempre desde la distancia de la seguridad: ¿pastel de fresa o de chocolate? No, una elección verdaderamente libre pone en juego la propia existencia. Como diría Spinoza, la libertad es entender lo que es necesario, es saber que, sencillamente, “no se puede hacer otra cosa”, dice Žižek.
Estrategias paradójicas
Desde su primer libro en inglés, El sublime objeto de la ideología (1989), el pensador esloveno se ha dado a la tarea de demoler las coordenadas de la hegemonía liberal, principalmente a través de la crítica de la ideología en Hollywood. Titanic, Alien y La ventana indiscreta son algunas de las preferidas de Žižek para exponer las fantasías ideológicas de la exclusión. En 2006 escribió y protagonizó su obra maestra en este campo: el documental The Pervert’s Guide to Cinema. En éste, Žižek recrea, en sus locaciones originales, algunas de las más importantes escenas de películas como Los pájaros de Hitchkock o Mulholland Drive de David Lynch, generando la ilusión de hablar desde dentro del filme. Su objetivo era mostrar lo que el cine nos dice del inconsciente, de “las estructuras ficcionales que sustentan nuestra experiencia de la realidad y del caótico y tenebroso mundo de nuestros comportamientos salvajes y deseos que socavan esa misma experiencia”, dice la presentación del documental.
El mismo Žižek es el objeto del documental de Astra Taylor llamado, cómo no, Žižek! Y es que hablamos de un personaje, a todas luces, excéntrico. Sus detractores dirían que aparte de fascista y antisemita, es un descarado onanista intelectual, pues es el gran protagonista del International Journal of Žižek Studies. Dirían, además, que predica pero no aplica: estuvo casado con la modelo argentina Analia Hounie y escribió los textos para las fotos de Bruce Weber en un catálogo de Abercrombie & Fitch, una conocida marca estadounidense de ropa informal. Al ser cuestionado por esta venta al sistema, Žižek respondió en el Boston Globe: “Si me pusieran a escoger entre hacer cosas como esta para ganar dinero o convertirme en un empleado de tiempo completo como académico americano, besando algún culo para obtener un empleo como titular, escogería con placer escribir para ese tipo de revistas”.
Pero aparte de sus paradójicas inconsistencias teórico-prácticas, lo fundamental en Žižek es esa voluntad de revelarnos, muchas veces en un estilo violento y excesivo, los mitos que sustentan nuestra ideología. Eso es lo que hace cuando rastrea en la obra de Steven Spielberg el profundo problema que tenemos con la autoridad paterna, o cuando revela la monstruosidad del mito familiar a través de Frankenstein y de Kafka.
Al sacar a la luz las estrategias ocultas en nuestro marco ideológico, Žižek prepara el terreno para su estocada política: la lucha en pro de la emancipación universal. Y es aquí donde se inscribe su defensa de las causas perdidas: el terror revolucionario desde Robespierre hasta Mao, el estalinismo, la dictadura del prolsetariado, la política de Heidegger como el caso de un filósofo seducido por el totalitarismo y quien, a juicio de Žižek, dio el paso “adecuado en la dirección errónea”. ¿Y para qué, cabe preguntar, traer de vuelta todos estos fantasmas del pasado? “El auténtico objetivo de la defensa de la causas perdidas no es defender el terror estalinista… como tal, sino problematizar la facilona opción liberal-democrática”, dice en su libro. En cada una de estas revoluciones hubo un “momento de redención” que es crucial mantener vivo, a fin de reinventar la revolución de cara a la crisis ecológica que se perfila en el horizonte.
El gran problema es que, ante la crisis actual, no nos podemos fiar de nuestro sentido común. “Conocemos perfectamente el estado real de las cosas, pero no nos lo creemos”, argumenta. Nuestra actitud científica, fría y aparentemente neutra nos impide aceptar que nuestra realidad cotidiana pueda sufrir alguna alteración. No nos damos cuenta de la violencia sistémica en la cual vivimos. ¿Qué hacer?, se pregunta Žižek. Es necesario dar el salto y hacer uso, por fin, de nuestra verdadera libertad, si queremos realmente la redención. La respuesta es una bella paradoja: “debemos aceptar que, en el plano de las posibilidades, nuestro futuro está perdido, que la catástrofe ocurrirá, que ese es nuestro destino, para, acto seguido, sobre el trasfondo de esa aceptación, llevar a cabo el acto que cambiará el propio destino”. Lo que necesitamos, entonces, es tomar la decisión de adelantarnos al futuro y aceptar la catástrofe, para, en una elegante estrategia psicológica, deshacer el hado que ya está “dictado por los astros”.
En defensa de las causas perdidas
Slavok Žižek
Editorial Akal
2011
480 páginas
Vía: revistaarcadia.com
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