jueves, 2 de junio de 2011

El filósofo y el lenguaje (I)





Autor: Nelson Duque Quintero

El lenguaje suele ser considerado algo trivial y que simplemente empleamos a diario, sin que nos cause mayor preocupación. Es algo que está ahí, en nosotros, pero que pocas veces pensamos que es algo importante e incluso vital para la comunicación.

Está en nosotros desde los primeros tiempos de la evolución comenzando por ruidos y gruñidos, por gestos y amenazas, por signos, símbolos y pinturas en cuevas. Los magos eran astrónomos que leían las estrellas y el movimiento del universo. Los adivinos leen las cartas donde presumen está el destino de cada uno. Escuchamos el llanto de un niño y lo interpretamos como signo de dolor o de hambre.

Cantamos el himno nacional como símbolo de que pertenecemos a un país, hacemos saludos a la bandera como muestra de respeto a las tradiciones que nos dan sentido de pertenencia. Los números de la aritmética que aprendimos en la escuela o en el colegio nos permiten sumar, restar, dividir y multiplicar, con las inmensas aplicaciones que conocemos.

Esto es una pequeña muestra de que estamos rodeados de “lenguajes” como medios de expresión, comunicación y conocimiento. Por eso, las letras, palabras, frases, proposiciones que están leyendo las entienden porque conocen el alfabeto, la sintaxis y la semántica del español.

No es, pues, trivial el asunto del lenguaje humano y las variedades de lenguajes de signos, señales y símbolos que se estudian desde la semiología y semiótica, como ciencias del signo y, desde luego, desde una dimensión filosófica.
Por eso preguntamos, ¿qué hay más allá o más acá del lenguaje? ¿Qué los hace que adquieran un significado para quien sabe interpretarlos? ¿Qué relación hay entre la palabra y un objeto, por ejemplo, entre la palabra “computador portátil” y el objeto real? ¿Qué logramos entender por “corrupción”, es decir, entre un concepto y el objeto o sujeto que llamamos “corrupto”?

El “Cratilo” de Platón plantea los problemas principales de la lingüística antigua al decir: “antes de hablar de las cosas hay que conocerlas”, antes de hablar de la virtud hay que saber qué quiere decir o qué significa. Es patente en Platón la necesidad de conocer la “esencia” de las cosas antes de expresarla con exactitud o de expresar la relación de la “esencia” con los nombres que designan los conceptos, las cosas y los hechos reales.

En ese sentido dice Sócrates: “Fuerza es, evidentemente, buscar fuera de los nombres elementos de juicio que nos muestren, sin la ayuda de los nombres, cuál de las soluciones es la verdadera, manifestando de manera bien clara cuál es la verdad de las cosas reales”.

Esta es una manera, contemporánea y actual, de plantear el problema de la formación de los conceptos, por ejemplo, antes de usar el concepto de “virtud” hay que conocer cuál es su contenido profundo. “Es menester que el hombre tome conciencia de lo que la idea expresa, yendo de las sensaciones múltiples a la unidad concentrada en la reflexión” (Platón).

Es una muestra de la relación entre lenguaje, pensamiento y realidad tan importante para el filósofo y para quien quiera pensar su propia realidad, porque somos víctimas de la realidad y del lenguaje. Y, peor, si no somos conscientes de su fuerza.

Vía: cronicadelquindio.com

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