Ana María Correa Crespo
Difícil imaginar un affaire amoroso más explosivo y de más complejas aristas históricas, políticas y filosóficas que el que Martin Heidegger y Hannah Arendt mantuvieron intermitentemente en el siglo XX.
La historia es fascinante. A los curiosos de sus devaneos nos dejaron 50 años de correspondencia escrita que mantuvieron a pesar de los matrimonios de ambos, los hijos de Heiddeger, las guerras mundiales, el nazismo cuestionado del uno y la militancia intelectual antifascista y judía de ella que la llevó del otro lado del océano a ser brillante profesora del New School for Social Research durante buena parte de su vida.
El romance clandestino entre dos de las más lúcidas mentes y de corazones más ardientes –ellos sí- de la Europa del siglo pasado, empezó por los años veinte cuando Heidegger era la estrella que brillaba en la facultad de Marburgo, y Arendt era una precoz estudiante liberal y judía deslumbrada ante el genio filosófico en la Alemania prenazi.
Arendt se convertiría en una prominente pensadora y escritora de algunos tratados magistrales en contra del totalitarismo fascista. Heidegger, en cambio, uno de los filósofos más potentes de los últimos 100 años, seguiría el camino de la seducción nazi para convertirse en el Rector universitario de la Universidad de Freiburg y uno de los intelectuales más prestigiosos en el mundo, que con su lucidez hizo el lavado de imagen y sustentó intelectualmente al Tercer Reich.
Pero la naturaleza humana está cargada de misterios y contradicciones. Arendt nunca pudo alejarse de su pasión por Heidegger ni él por ella, a pesar de que en el rectorado él ejerció ampliamente su antisemitismo, despidiendo a muchos de los amigos de Arendt, agudos pensadores judíos, como Jaspers y Husserl, maestro quien le había formado.
¿Cómo pudo ella, aguda tratadista sobre ‘Los orígenes de Totalitarismo’ amar a un hombre que profesaba –aunque sea temporalmente- la persecución? Para Arendt la aproximación temporal de Heidegger con el Régimen nazi jamás opacó la admiración y comunión intelectual entre ellos. Él era para ella, el rey del imperio del pensamiento, alguien que tuvo una “deformación profesional” propia solamente de tu genio Así pudo ella justificar a su amante ante sí misma y el mundo.
“El amor, por su propia naturaleza, no es mundano, y por esta razón, más que por su rareza, no solo es apolítico sino antipolítico, quizás la más poderosa de las fuerzas antipolíticas humanas”.
En el ocaso de la vida de ambos por el año 75, ese concepto del amor de Arendt continuó alimentado el diálogo extático y de pasión inamovible –interrumpido solo por la muerte- entre una mujer de más de 70 años casada en segundo matrimonio con otro hombre y un anciano de más de 80.
Vía: elcomercio.com
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