miércoles, 18 de mayo de 2011

De mono a filósofo




Glenys Álvarez


Diminutas variaciones en un gen, responsables del pensamiento complejo

Las arrugas y dobleces en la corteza cerebral han permitido su crecimiento sin que ocupe más espacio dentro del cráneo, una ventaja encontrada sólo en otros primates y en los delfines, pero que es mucho más pronunciada en el Homo sapiens.

El cerebro es arrugado. La corteza cerebral está compuesta de hondas fisuras y circunvoluciones que sólo se encuentran en algunos primates y en el cerebro de los delfines; estas arrugas nos distinguen de las demás especies y tiñen nuestras vidas con significado. El complejo cerebro nos ha dotado con un tipo de conciencia que ha elevado al animal Homo sapiens a otras alturas: esta arma de doble filo produce grandes genios del pensamiento que han impulsado a la humanidad hacia el progreso pero también individuos de egos gigantescos que hay que alimentar con el trabajo del otro.

Pero es poco lo que sabemos sobre la evolución de esas arrugas. Como sábanas dobladas para que quepan mejor en la gaveta que es nuestro cráneo, el cerebro evolucionó esa forma de mejorar y crecer sin ocupar más espacio. Tengamos en cuenta que durante la evolución de los homíninos ya grandes cambios habían surgido al adoptar el bipedalismo; este hábito de caminar erguidos causó que se estrechara un poco el canal de parto en la hembra. Para empeorar las cosas, los bebés cada vez venían con cabezas más grandes, debido al aumento del cerebro. Entonces la selección natural se enfrenta a un problema: es imposible que los niños nacieran más prematuros pues les sería imposible sobrevivir (los bebés humanos son completamente indefensos por un largo tiempo, en comparación con otras especies), por otro lado, la generación de más poder cerebral estaba ya germinando beneficios claros. ¿Cómo arreglar ese problema?
De acuerdo con nuevas investigaciones, un gen es el responsable.

Ya había escrito antes de un gen, en un ensayo que titulé El gen que convirtió al mono en filósofo, cuyo papel ha sido promover el crecimiento cerebral en los homíninos. Catherine S. Pollard de la Universidad de California en San Francisco, diseñó un programa de computación motivada, precisamente, por el deseo de descubrir estas pequeñas diferencias que nos dieron una red neuronal más grande que la de otros familiares primates, entre otras divergencias.

El equipo de Pollard descubrió así el gen HAR1 o ‘Human accelerated region 1’ (región humana acelerada 1), un pedazo de ADN de 118 bases que viene jugando el papel principal en “eso que nos hace humanos”, desde que conclusiones del equipo fueron publicadas en el diario Nature entre el 2002 y el 2005. “Estudiamos esa pieza genética en las ratas, las gallinas, los chimpancés y los humanos y observamos que esta región cambió muy poco en los vertebrados, es decir, hasta que llegamos al hombre. Por ejemplo, entre las gallinas y el chimpancé, cuyo último ancestro en común ocurrió hace 300 millones de años, sólo dos bases del gen son distintas”, explicó Pollard en la revista Scientific American.

Pero al comparar la región entre el Pan trogloditas y el Homo sapiens, las cosas se ven muy distintas. En los seis millones de años que nos separan de un ancestro común, 18 bases han cambiado en el HAR1 humano, por eso se le conoce como una región acelerada, porque la evolución ha sido bastante marcada en poco tiempo.

Ahora, una colaboración internacional de científicos en las universidades de Yale y en Turquía, anuncia que una diminuta variación dentro de un único gen produce las arrugas en el cerebro, una mutación que ha permitido su crecimiento sin tener que aumentar más el cráneo del humano; una variación, de hecho, que nos ha dotado con esa experiencia única de ser seres concientes y capaces de crear las más extraordinarias obras en numerosas y diferentes áreas del quehacer universal. Desde el más estúpido spot publicitario hasta la obra de arte más revolucionaria; desde el peor vehículo de transporte, hasta pequeños robots que exploran otros mundos por nosotros.

Los beneficiosos casos clínicos

La noticia se la debemos a un paciente turco cuyo cerebro carece de estas importantes arrugas en su corteza. Análisis revelaron que aquella deformación era causada “por la eliminación de tan sólo dos letras genéticas de las tres mil millones de letras que componen el alfabeto del genoma humano. Variaciones similares del mismo gen fueron descubiertas en el ADN de otros dos pacientes con las mismas deformaciones cerebrales”.

El gen en cuestión es llamado laminín gamma3 (LAMC3) y un análisis sobre su historia nos cuenta que este gen es expresado durante el período embrionario que es, precisamente, una fase vital para la formación de dendritas, que son las conexiones que formarán las tan necesarias sinapsis las que a su vez permiten que el cerebro funcione como un todo. Las arrugas y fisuras en el cerebro hicieron posible la aparición de pensamientos complejos y razonamientos abstractos.

“La demostración del papel fundamental de este gen en el cerebro humano nos permite tomar un paso más hacia comprender completamente cómo se formó la joya principal entre especies, que es la corteza cerebral que está más pronunciada en los humanos. Y, aunque hemos visto que el mismo gen esta expresado en organismos cuyos cerebros no son arrugados, como el ratón, de alguna forma ha evolucionado, ganando así funciones novedosas que han sido fundamentales para la formación de la corteza occipital humana; además, una mutación en este gen lleva a la pérdida de las arrugas y los subsiguientes problemas”, explicó Murat Gunel, profesor de neurocirugía en Yale y uno de los autores del estudio.


Vía: hechosdehoy

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