Pedro Escribano.
Gianni Vattimo, el gran filósofo italiano, también canta boleros, hace el mercado y, según dice, es de buen diente, un nacionalista de la comida italiana cuando está sentado en la mesa. Intelectual, académico y al mismo tiempo un ciudadano de a pie, cree en Dios, pero también en los mandamientos de Nietzsche.
Considerado como una de las mentes más lúcidas de Europa, hermeneuta, seguidor de Heidegger y de Nietzsche, sus teorías, entre otras “El fin de la modernidad”, han revolucionado conceptos, abierto debates y lo han convertido en un oráculo sobre el devenir del mundo. Nosotros no quisimos consultar al oráculo, sino saber quién es el oráculo.
Vive en Turín, el pueblo italiano que hospedó en sus últimos años de locura a Nietzsche, por eso le preguntamos si allí nacieron sus amores por el autor de Así hablaba Zaratustra.
“No, pero ahora que lo pienso hay cierta conexión cronológica entre mi mamá y Nietzsche. Mi madre nació en el mismo año que murió Nietzsche, pero en Sao Paulo, Brasil, hija de inmigrantes italianos. Mi interés por Nietzsche es de mucho más tarde, cuando estudiaba filosofía y leía a filósofos que, sin ser antimodernos, tenían posiciones críticas contra la modernidad. En ese camino, después, descubrí a Nietzsche. Mi mamá regresó de Brasil a Turín y vivíamos justamente frente a la casa donde había vivido Nietzsche.
–El destino los acercó.
–Sí, bastante. Ahora mismo vivo a dos cuadras de donde él vivía, en el lugar donde cuentan que al ver que un carretero apaleaba a su caballo, lo abrazó y le pidió disculpas en nombre de la humanidad.
–Antes de ser filósofo, ¿qué tentación intelectual tenía?
–Yo escribía, como muchos adolescentes en la secundaria, poemas que ahora están perdidos, creo, afortunadamente Solo uno se salvó porque en esos años, los 50, en Italia habían unos pseudoeditores que hacían falsos concursos para que envíen poemas y el que ganaba tenía que comprar, digamos, cien copias (risas).
–¿Usted las compró?
–Sí las compré, no sé en dónde acabaron, pero no era un poema tan vergonzoso. Se refería a mi infancia fuera de Turín, a causa de la guerra, en el pueblo de Calabria. Lo recuerdo pero no voy a recitarlo (risas).
–Pero de eso se trata...
–Hablaba de mi infancia y cómo después fui a Turín hablando un dialecto y me trataban mal. Se burlaban y me peleaban por hablar así.
–¿No le cantó al amor?
–No, porque después escribí una novela, que casi llego a publicar en entregas en un semanario.
–¿A qué edad?
–Tenía 12 años. Allí contaba otra vez sobre Calabria. Una barona dirigía un suplemento para jóvenes. Todo estaba listo para publicar esa cosa, incluso seriada, pero felizmente el diario quebró (risas).
–¿Algún deporte?
–Hacía deportes que tenían conexión con mi posición religiosa de más tarde, alpinismo. En salto alto no me elevaba un centímetro (risas). Me dedicaba a leer a Jack London.
–¿Y fútbol?
–Mi mamá me matriculó en una parroquia donde había una cancha y ahí jugaba de defensa. La cancha era tan chiquita que no se podía tirar córner. Tres córneres daban derecho a patear un penal (risas).
–¿Fútbol y a estudiar?
–Sí, a los 16 años era un pequeño santo, prácticamente. Todas las mañanas iba a misa. Será por eso que los curas nunca me molestaron sexualmente como hacen ahora. O era muy feo o me respetaban mucho (risas).
–Devora libros, ¿pero cómo es en la mesa, de buen diente?
–Sí, como bastante, como se ve, estoy muy gordo.
–¿Le gusta nuestra cocina?
–Bastante. Pero sabe, cuando voy al extranjero soy un poco nacionalista gastronómico, me gusta comer en restaurantes italianos. Me pongo nacionalista solo cuando juega la selección italiana y cuando como. Pero ayer una familia amiga me invitó chifa, muy bien. En Europa se han difundido restaurantes chinos, además de poco higiénicos a ellos les gusta cocinar todo, uno no sabe si será gato o vaca (risas).
–¿La filosofía se cosecha en la calle también?
–Yo siempre digo que sí. La gente común no creo que tenga la sabiduría mayor que la mía, sino tiene una sabiduría diferente. Sabe, últimamente creo que la TV se ha puesto muy aburrida, la gente va masivamente a encuentros y debates de filosofía. Espero que eso siga (risas).
–Para terminar, ¿le gusta cantar?
–Sí, claro, yo canto boleros (y empezó a cantar “Bésame mucho” mientras posaba para la foto).
El dato
vida. Nació en Turín, 1936. Hermeneuta, seguidor de por Heidegger y Nietzsche. Diputado del parlamento Eurolatinoamericano (Eurolat). Ha publicado Las aventuras de la diferencia, El pensamiento débil, El fin de la modernidad, La sociedad transparente, Creer que se cree, Diálogos con Nietzsche, entre otros.
Un tiempo para las cosas cotidianas
–¿Puede vivir como un ciudadano de a pie?
–Como profesor universitario siempre he tenido un poco más de tiempo para hacer cosas cotidianas, por ejemplo, ir a la posta e ir a buscar, por ejemplo, a una recomendada. Yo puedo hacerlo, es un gran privilegio. Uno filosofa mucho caminando por las calles. Yo tengo ese privilegio, ser profesional y ocuparme de muchas cosas cotidianas, ir al mercado, por ejemplo.
–¿Usted hace la plaza?
–Si, siempre lo hacía. Pero ahora no lo hago porque vivo solo, con una empleada muy eficiente, muy católica. Ella hace todo. Pero cuando vivía con un amigo hace años, antes de que se muriera, íbamos los sábados al mercado. Eso fue una gran experiencia, una fiesta. Pero claro, cuando uno no tiene que hacerlo obligatoriamente cada día es una fiesta. Te aseguro que para mi mamá no era fiesta (risas).
Vía: larepublica.pe
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