Por Santiago Navajas
Ingenuidad aprendida, el más reciente libro del filósofo bilbaíno Javier Gomá, es una adaptación de varias conferencias y colaboraciones con el hilo conductor de sus últimas obras, entre las que destaca Ejemplaridad pública.
Precisamente por el carácter fragmentario, diletante, esporádico, a medio camino entre la filosofía y el periodismo, Ingenuidad aprendida es un excelente libro para acompañar los viajes veraniegos, que exigen un equipaje ligero pero no huero. Todo lo contrario.
Tras estas fechas es habitual que a uno le pregunten por lo que ha hecho o por lo que ha viajado; en cambio, no se le suele preguntar por lo que ha leído. Bien porque se supone que las vacaciones son para no hacer nada –o para hacer demasiado–, bien porque las lecturas veraniegas parece que han de ceñirse a lo superficial, la novela negra, las fantasías mágico-medievales o los amoríos tórridos de opereta.
Ingenuidad aprendida es un magnífico manual de distinción lectora, una especie de menú de degustación filosófica a la par que poética, en el que se decanta perfectamente lo que creo es el ethos de nuestra época filosófica: la superación, por fin, de la debilidad intelectual y la rendición de la voluntad que significó la postmodernidad, para configurar un modelo de comprensión del mundo en que se auna la visión naturalista de raigambre científica con un modo de ser y de estar en la vida política (en sus vertientes privada y pública). Gomá, desde la tradición española orteguiana, se vincula autónomamente a un movimiento global de la filosofía que recupera el valor de la verdad y la veracidad, en todos los órdenes de la inteligencia, para así sobrevivir, con tranquilidad pero con contundencia, a los heraldos del ocaso de Occidente, el eclipse de las ideologías, la muerte de Dios y del hombre o el fin de la historia.
En este sentido, sigo le pista a Gomá como se la seguía a los fallecidos Bernard Williams y Dennis Dutton o como se la sigo a Alan Sokal cuando bromea a costa de los apóstoles del cinismo como pose. Gomá se aparta de dos autores a los que sin embargo respeta, como Heidegger y Ortega, por lo que sigue:
En estos dos autores la pérdida de veracidad no se limitaría (...) a un sistema filosófico determinado sino a la filosofía misma como forma de aproximación y conocimiento del mundo (...) Es paradójico que estos dos nombres cayeran en la tentación de componer una elegía fúnebre a la filosofía cuando ambos, cada uno a su manera y estilo, fueron pioneros en el alumbramiento y consolidación de una tendencia estrictamente filosófica de cuyos presupuestos se deduce precisamente lo contrario: la pernamencia de la filosofía como universal antropológico. Me refiero a la hermenéutica.
Una hermenéutica que consiguiera ser un universal antropológico sería materia de escándalo intelectual tanto para Heidegger como para Ortega. ¿Por qué? Desde el punto de vista de Gomá, porque sólo habrían sido capaces de asumir uno de los hechos constitutivos de la esencia humana: su finitud. Es decir, que nos vamos a morir y que somos conscientes de ello. Mientras que el resto de los seres vivos vive la vida a espaldas del hecho de la muerte, el ser humano es el único que hace de la muerte, rigurosamente hablando un acontecimiento externo a la propia vida, el centro de gravedad de la misma. Es por ello que la tranquilidad parsimoniosa de Epicuro o Wittgenstein ante el hecho de la muerte –y es que la consideraban extrínseca a la vida– se nos aparece ingenua; pero no en el sentido positivo que le da Gomá, sino en uno peyorativo, por no haberse apropiado vitalmente del concepto como sí hicieron, sosegadamente, Sócrates o, dramática y sobreactuadamente, Miguel de Unamuno.
Pero si la finitud deducida de que somos seres arrojados al mundo sí que fue un parámetro de la existencia humana que contemplaron Heidegger y Ortega, metieron la pata filosófica al mantener un aristocratismo vital e intelectual al que Gomá opone un "universalismo igualitario"; es decir, que la filosofía "mundana" que propone se basa en
los interrogantes que son intrínsecos a la común mortalidad humana y que por eso mismo a todos nos golpean con pareja emoción y fuerza.
Ah, muy bien, pero ¿cómo sabemos eso? ¿Cómo podemos averiguar si hemos conectado con todos con pareja emoción y fuerza? Aquí es cuando Gomá invita al intelectual, al artista, al poeta a bajar de su torre de marfil, a evadirse de su pose de misantropía; a bajar al ruedo, a enfrentarse al toro de la opinión pública y de la opinión publicada, esos dos morlacos, a brindar la faena al respetable y encomendarse a la máxima "Vox populi, vox dei". Con todas las precauciones y matizaciones que se quiera, este test de mundanidad, esta apuesta por la competencia de las ideas en el ágora pública es el mecanismo que hace funcionar tanto a la democracia liberal como a la economía capitalista, así que no es de extrañar que sea en los países donde la competencia intelectual que reclama Gomá es más fuerte y virulenta, a fuer de cosmopolita, donde se produzcan los resultados filosóficos, científicos y artísticos de más alta gama (véase la órbita anglosajona).
La ingenuidad que propone Gomá no es, valga la paradoja, ingenua. Es compleja y madura, en el sentido de que ha aprendido de los propios errores y eclosionado, pero sin dejar que las malas experiencias y las decepciones la hayan convertido al cinismo de la postmodernidad eunuca, tan frívola como hipócrita. El horizonte ingenuo se sitúa en la superación de la crisis de las ciencias de la modernidad, que vislumbró como nadie el Husserl que asumió
la tarea de modelar una imagen natural del mundo para las generaciones venideras y, por medio de ella, a establecer, en el espacio finito de la polis, unas condiciones cognitivas y sentimentales propicias a la concordia y a la amistad cívica de los ciudadanos.
Esta actitud naturalista que Quine fue el primero en reclamar para la filosofía analítica, situando la filosofía en el mismo nivel que la ciencia, y el citado Williams sostuvo en su canto del cisne para la filosofía moral y política es lo que Gomá viene construyendo también desde el lenguaje filosófico español, de clara raigambre orteguiana, con convicción, mesura y originalidad, en un diálogo con sus contemporáneos, como demuestra el último de los ensayos, en los que discute con Michael Sandel en su propio terreno.
JAVIER GOMÁ: INGENUIDAD APRENDIDA. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores (Barcelona), 2011, 176 páginas.
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