El ensayista francés Pierre Aubenque subraya en la obra de Aristóteles la reflexión sobre la prudencia como la capacidad de buscar el equilibrio en el acto en sí, más allá de su resultado.
Un antiguo filósofo de los tiempos presocráticos dictaminó que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. Las aguas, como todas las cosas, fluyen y son otras cada vez. Este testimonio transfiguró profundamente el pensamiento de la Grecia clásica. Aun siglos después, Marco Aurelio, emperador romano que conquista y consolida un imperio centrado en la ciudad eterna, sostuvo "el mundo es transformación, y la vida, opinión". Quizás el poeta Píndaro haya llevado al extremo esta dirección, cuando elegantemente escribió que el hombre es el sueño de una sombra.
En esta escena de indeterminación o vaguedad transcurren los hombres, encerrados verticalmente entre la inmutabilidad de los dioses sapientes y la dicha del árbol, apenas sensitivo; y horizontalmente, en los límites del nacimiento y la muerte. Esta fragilidad amenazada no es nada menos que un origen certero del pensamiento y la acción. La tragedia griega representó este drama con una intensa reflexión: lo trágico es el dilema de la acción correcta en un mundo donde rigen alternativamente la providencia y la incertidumbre.
Frente a este panorama sería cómodo recurrir a la desesperación. Por otra parte, ¿es posible una teoría de los asuntos humanos? Aristóteles, en su tratado Ética a Nicómaco aconseja con tranquilidad "al hombre tener pensamientos humanos y al mortal pensamientos mortales".
El gran filósofo griego, que se ocupó de numerosos problemas del universo, desarrolló una filosofía práctica, es decir, una teoría de las virtudes para la vida.
La prudencia en Aristóteles es un trabajo que el prestigioso filósofo francés Pierre Aubenque publicó en 1969 y que constituyó, junto con otros trabajos fundamentales de Hans-Georg Gadamer y Hannah Arendt, el movimiento de restitución y revalorización de la filosofía práctica de Aristóteles. Editorial Las Cuarenta lo reedita hoy con un prólogo de Ivana Costa (doctora en filosofía, profesora de la UBA), quien indica que es a través de este alumbramiento de la concepción aristotélica de la virtud que los contemporáneos recuperan la idea de una racionalidad especifica para la praxis, independiente de la racionalidad de las ciencias teóricas.
Incluso las mejores filologías pierden ciertos ángulos del significado de una palabra, ya que lo intraducible es la experiencia del mundo en que esa palabra era un elemento. En este caso prudencia es la simplificación del término griego original phrónesis.
Acerarse a esta experiencia es lo que lleva a Aubenque a atravesar la obra de Aristóteles desde una perspectiva hermenéutica. El autor encuentra que el concepto de phrónesis, al que se le dedican unas pocas páginas explícitas en Ética a Nicómaco, extiende su red por todos los vértices de la filosofía práctica de Aristóteles y termina de comprenderse recién en su Metafísica. La idea de la phrónesis, descuidada o mal entendida por la tradición, es la pieza que hace funcionar correctamente a la gran máquina de la filosofía práctica aristotélica y que echa luz sobre su amplia cosmología.
Para Aristóteles, el mundo práctico está envuelto en los velos del azar y la contingencia: el futuro será siempre una niebla espesa. El hombre, asimismo, es un ser imperfecto. Ante estas dificultades, la acción práctica no debe ser anárquica sino virtuosa, esto es, debe ser medida, elaborada, gobernada por la rectitud del criterio, más estructurada que libre. La prudencia es esta disposición que hace al hombre capaz de comprender la textura de cada momento y buscar el equilibrio en el accionar mismo, más allá de su resultado.
Pero que la prudencia, como el justo posicionamiento frente a los límites propios de cada contexto, sea la base de una filosofía de la virtud se debe comprender dentro del marco más amplio en el que estos límites cobran sentido. Aubenque se pregunta: "¿Por qué sobre ciertas cosas el hombre debe ser prudente antes que sabio?". Al respecto el último capítulo del libro investiga la idea de phrónesis en la tragedia griega. Lo sustancioso del argumento trágico está en la impotencia del hombre honesto frente a la fatalidad. El héroe sucumbe por buscar la verdad cuando la verdad es pavorosa y puede destruirlo.
Si Edipo hubiera sido prudente, ignoraría el incesto y no habría tragedia.
Aubenque deja entrever que el modo de ser griego se revela más en las pulsiones trágicas y aristotélicas que en las platónicas. Aristóteles, preocupado igual que Platón por ese reino estático de las esencias y las perfecciones, aplica su pensamiento con igual rigor a la esfera de los asuntos humanos, traza sus problemas y elabora una teoría propia. Al igual que los poetas trágicos, Aristóteles reconoce la grandeza del hombre en su permanente tribulación. La idea subyacente es que los dioses llevan una vida cómoda, sin mayores dificultades. La virtud, por el contrario, corresponde exclusivamente al ser efímero. En una paráfrasis de Aristóteles, Aubenque señala: "Los dioses no son ni justos, ni valientes, ni generosos ni moderados, porque no viven en un mundo donde se tengan que firmar contratos, afrontar peligros, distribuir sumas de dinero o moderar deseos".
Finalmente, una observación de Costa resume el espíritu de este libro, cuando dice: "No hay nada más actual en el pensamiento de los filósofos de la antigüedad griega que su propio, singular y específico modo de ser antiguos." En efecto, una filosofía no muere con su época si sabemos traerla al presente; la prudencia en Aristóteles no es esencialmente filología o historia, sino una comprensión filosófica de aquella forma griega que tenía Aristóteles de habitar el mundo, con su reflexión sobre cuestiones que acaso querramos volver a compartir.
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