sábado, 9 de julio de 2011

Derrida en la casa de las fieras

La política siempre ha echado mano de figuras de la animalidad, desde la "paloma de la paz" hasta el lobo como símbolo de la "guerra del todos contra todos". En "La bestia y el soberano", recién editado, Derrida pensó estas figuras de la zoopolítica.

Por: Mónica B. Cragnolini



En octubre se cumplen seis años de la muerte del filósofo argelino Jacques Derrida. Sin embargo, casi respondiendo a las ideas de "sobrevida" y de fantasma que lo acompañaron en su pensamiento, su obra nos sigue sorprendiendo. En el año 2008, un grupo de colaboradores y amigos de Derrida (entre otros, G. Bennington, P. Kamuf, M-L. Mallet) se propuso iniciar la edición de los seminarios de los días miércoles en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (la EHESS) en París. Estos seminarios incluyen cerca de 43 volúmenes, cuya publicación comenzó con el Séminaire La bête et le souverain, y su primer tomo, traducido por C. de Peretti y D. Rocha, es editado ahora por Manantial en la Argentina.

Derrida es conocido como "el padre de la deconstrucción", y esta última ha sido asociada a veces a un conjunto de estrategias para la lectura y crítica de textos. Esto se debe, quizá, al hecho de que las primeras recepciones de su pensamiento (en los años 60 y 70) se produjeron en los departamentos de Letras de universidades norteamericanas, en los que, en parte, se leyó a la deconstrucción como un método de crítica literaria. Frente a esta idea de la deconstrucción "posible" (y disponible como conjunto de técnicas), Derrida la caracteriza como "estrategia sin finalidad" (lo que implica que no puede convertirse en una "metódica").

En Diario para un cuento de Julio Cortázar, el personaje, que está leyendo un libro de Derrida, señala: "El fragmento es de difícil comprensión, como se acostumbra chez Derrida, y lo traduzco un poco a la que te criaste (pero él también escribe así, sólo que parece que lo criaron mejor)". Esta interpretación según la cual Derrida escribiría "de cualquier manera" ha hecho que muchos filósofos "académicos" repudien su obra, considerándola un conjunto de juegos de palabras más o menos elegantes, pero sin mayor relevancia filosófica.

Sin embargo, su fuerza como pensador es indiscutible, a pesar de que la lectura de sus textos se torna para muchos difícil. Es que su escritura puede ser intimidante, en la medida en que el lector experimenta el desplazamiento de las significaciones: esa dispersión asusta, ya que impide ordenar en torno a un centro seguro de sentido lo que se lee.

Cada texto derrideano es un ejercicio que consiste en un continuo poner en jaque los conceptos fundamentales de la tradición occidental, una solicitación (un "hacer temblar") el edificio del saber filosófico. Cuando las seguridades se transforman en incertezas, cuando el supuesto origen se desplaza continuamente, evidenciando que todo es "huella de huella", el pensamiento descubre que las oposiciones binarias (verdad/error, bien/mal, naturaleza/cultura, y tantas otras) son construcciones que pretenden colocar en un lugar fijo y estable lo que está en continua dispersión. Frente al intento de fijación del sentido en un lugar central (logocentrismo) la deconstrucción evidencia que ese lugar se convierte en la ley, la autoridad, el padre (falocentrismo), que privilegia ciertos ámbitos (la voz, la presencia, el falo), con la organización de políticas y economías que responden a esa ley. Pero esos ámbitos privilegiados ya se están deconstruyendo. Entre esos pares de las oposiciones que se deconstruyen está el opuesto humano/animal (que incluye las oposiciones razón/sinrazón, respuesta/reacción, obrar libre/operar instintivo, entre otras).

Desde sus primeras publicaciones, Derrida se ha preocupado por el tema del otro, otro que siempre está "entre" la vida y la muerte. Por eso su obra está transida, atravesada y transitada por la cuestión de la alteridad: el otro que contamina, parasita, deconstruye toda supuesta mismidad demasiado segura de sí misma. ¿Y quién "más otro" que el animal?

Los derechos del animal

Derrida ha abordado la cuestión del animal en varios textos, y sobre todo para discutir ciertas tesis de Heidegger, quien, en Ser y tiempo señala que "el animal no muere", y en el seminario de 1929-1930 sobre Los conceptos fundamentales de la Metafísica, utiliza la conocida expresión que se refiere al animal como "pobre en mundo", a la piedra como "sin mundo" y al hombre como "configurador de mundo". Así, en obras derrideanas como Geschlecht y Geschlecht II, Del espíritu: Heidegger y la pregunta, Aporías, Acabados, aparece el tema del animal, como también en el seminario El animal que luego estoy si(gui)endo. El trabajo en torno a la cuestión de la animalidad apunta a señalar la necesaria deconstrucción de la noción de humanismo, que coloca al viviente animal en una situación de dominio por parte de la "humanidad".

Son muchos los tópicos que atañen al modo en que el humano se relaciona con el animal, y los mismos se configuran desde la idea de los límites que diferencian a uno del otro: posibilidad de razonar, de "responder" (el animal sólo reacciona, se dice), de hablar, etcétera. Amén de que esos tópicos han entrado en crisis desde los estudios etológicos de los últimos tiempos, es necesario señalar que es partir de ellos que se justifica la crueldad con el viviente animal. En Acabados, Derrida recuerda que para Adorno "el fascismo comienza cuando se insulta a un animal, incluso al animal en el hombre". Por ello, la cuestión de la animalidad es una problemática a transitar por esa deconstrucción preocupada por el problema del otro: el otro (hombre, animal) que es humillado, dominado, puesto a disponibilidad, lo es en nombre de "razones" que apuntan a señalar su carácter inferior en tanto "animal".

Este primer volumen del seminario, que comprende trece sesiones, trata de pensar las figuras de la zoopolítica: desde la "paloma de la paz" hasta el lobo asociado a la "guerra de todos contra todos", la política siempre ha echado mano de figuras (y modos) de la animalidad. Y hay entre la bestia y el soberano una cercanía que amerita ser desentrañada, como existe también un vínculo entre la razón y la fuerza, por el que se considera que "la mejor razón es la razón del más fuerte", y a quien no lo "entienda" se le hace "entrar en razones".

Releyendo a Hobbes, Maquiavelo, Rousseau, Schmitt, los temas de la filosofía política (la fundación del derecho, el estado de excepción, entre otros) se van articulando en torno a la problemática del animal. A lo largo de las sesiones, se va haciendo evidente el sueño dogmático de una ética que permanece "humana", ya que sólo plantea los problemas del hombre en relación a sus "semejantes". Porque esta ética no considera que haya "crimen" contra la animalidad: el animal puede ser sacrificado para las necesidades humanas. Esto no significa que abordar la problemática desde los derechos del animal salde la cuestión: estos derechos se basan en los del hombre, es decir, son solidarios de una filosofía del sujeto que es la que ha reducido al animal a su condición sacrificial, y que debe ser deconstruida.

Hacia el final del seminario, se anuda la problemática del dominio y la animalidad desde una imagen que es todo un cuadro político: la escena narrada por Ellenberger, citando a Loisel, en la que el más grande de los reyes, Luis XIV, observa mayestáticamente la disección del más grande de los animales, un paquidermo: "Imaginen bien, figúrense, represéntense –porque todo esto es una representación–, represéntense a la enorme, pesada y pobre bestia, muerta o asesinada vaya a saber cómo, arrastrada no se sabe desde dónde, de lado o de espaldas, hasta una sala solemne, una bestia sin duda ensangrentada, en medio de médicos, cirujanos u otros carniceros armados, impacientes por mostrar lo que saben hacer pero igual de impacientes por ver y por dar a ver lo que iban a ver, temblorosos del deseo de practicar la autopsia, dispuestos a afanarse, a meter la mano, el escalpelo, el hacha o el cuchillo en un gran cuerpo sin defensa" (p.335). El soberano que observa al animal muerto: el dominio del saber-ver que es un poder sobre el otro, y una posibilidad de disponer del otro. La escena de la autopsia es la de una autóptica: hay un ver al animal (el viviente muerto) en esa condición de objeto disponible, un poner "en escena", a la luz, a la vista de todos, aprovechable para la curiositas, al animal.

La escena, la terrible escena del cuerpo a cuerpo de la bestia y el soberano se repite día a día, ya que el animal no está en otra condición frente al humano que en esta: objeto de saber, objeto de poder, objeto disponible para las necesidades humanas (de alimento, de vestimenta, y hasta de afecto). La casa de fieras del rey-sol (la ménagerie) en la que transcurre esta autopsia se transformó, con la revolución, en el zoológico: el lugar en el que el animal se encuentra disponible para la curiosidad del humano. Derrida destaca de qué manera en el siglo XIX los zoológicos y los manicomios armaron un ecosistema que implicaba "una mejor forma de vida" para animales y enfermos mentales desde el encierro, desde la limitación de sus movimientos y desplazamientos. Una suerte de cura que necesita encerrar, una "extraña y equívoca ecología que consiste en ex-propiar al otro, en apropiarse de él privándolo de lo que se supone que le es propio, su propio lugar, su propio hábitat". Todo en nombre de un "tratamiento" que supone un trato del otro en términos de disponer de su espacio y de su tiempo, limitándolo a formas diversas del encierro, para "curarlo". Los modos de la cría, la caza, la domesticación, el amaestramiento permiten colocar al viviente animal bajo la ley de la casa: el animal deviene así objeto de la "ipseidad" (el sí mismo) que se "apropia" según su ley de la vida del otro.

Cristina de Peretti, la traductora, junto con Rocha, de este volumen, es una académica española, excelente conocedora y difusora de la obra de Derrida, de quien ha traducido varios textos (Dar el tiempo, Espectros de Marx con Alarcón, Aporías, Dar (la) muerte y Papel máquina con P. Vidarte, El animal que luego estoy si(gui)endo, con C. Rodríguez Marciel, entre otros).

Jacques Derrida pedía en su última nota, en octubre de 2004, que no hubiera ritual ni oración ante su muerte, y agregaba "Prefieran la vida y afirmen sin descanso la sobrevida... Los amo y sonrío desde donde quiera que esté". Este seminario publicado, y los que le seguirán, patentizan esa sobrevida y la presencia fantasmática de Derrida en relación a un tema de debate actual: las razones por las cuales seguimos creyendo (y de forma tan segura, incuestionada y soberbia, que a veces causa espanto) que la vida del animal está a nuestra entera disposición.

Vía: revistaenie.clarin.com

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