Visitar una librería no necesariamente tiene que ser un martirio. Si cada quien se inventara sus propias formas de jugar, de divertirse o de sentir placer cuando revisa los ejemplares en exhibición encontraría más y mejores motivos para leer en libertad.
Una de esas alternativas lúdicas puede ser la “compra aventurera” de libros.
Esta práctica es parecida a la de los jugadores de máquinas en los casinos quienes, mientras caminan por largos pasillos en busca de la opción que más les late, por fin se sientan de frente al tragamonedas ideal, el dador de ganancias esperadas. Los colores, las formas, los personajes, la clase de letra, las opciones de apuesta son algunos de los guiños sicológicos que seducen al esperanzado apostador. Él sabe los riesgos por correr, pero, claro, le agrada correrlos.
Pues bien, algo parecido sucede con quienes deambulan por los corredores de una librería con ánimo más juguetón que monacal. Su vista habrá de detenerse en esas portadas que, desde su criterio, presentan un diseño editorial llamativo. Gracias, también, a colores, formas, personajes, tipografías un lector potencial puede ser cautivo; o, mejor dicho, quedar cautivado. Y, por supuesto, comparte con el jugador de maquinitas del casino la expectativa de salir siempre ganando. El comprador del libro espera que la atractiva portada sea garantía de un contenido útil, ameno, emocionante, ilustrativo…
Correr albures puede ser parte de la diversión en ambos sitios. Casino y librería, por qué no, tienen sus simpáticos parecidos.
Mi más reciente “compra aventurera” sí me dio a ganar. No sólo por lo atractivo de sus forros, sino porque al quitarle el celofán, la presentación de sus interiores resultó una bella revelación. Forma y contenido provocaron lo que otros tantos libros del mismo tema, nada más no habían logrado: presentar a la filosofía como algo masticable.
Antes de mencionar título y autor, va un fragmento sabroso: “Con frecuencia se ha considerado a la filosofía como la disciplina académica por antonomasia, con sus practicantes firmemente enclaustrados en sus torres de marfil, al margen de los problemas de la vida. Nada más lejos de la realidad, el pensamiento filosófico se ocupa de los asuntos que importan. Para decidir qué deberíamos hacer, en vez de qué podemos hacer, tenemos que recurrir a la filosofía. Para aprender a vivir, para saber de justicia, de lenguaje, de estética, de realidad e irrealidad, para gozar, para amar, tenemos que recurrir a la filosofía” (p. 7).
Ben Dupré es el autor de éste y el resto de los párrafos que conforman “50 cosas que hay que saber sobre filosofía” (“50 philosophy ideas you really need to know”, Ed. Ariel, 1ª ed., Barcelona, 2010). Es maestro de historia en el Exeter College de Oxford y fue editor de libros de educación por décadas. Como bien es señalado en una de las solapas del “50 cosas…”: Dupré “cuenta con una experiencia de más de veinte años en la labor de presentar las ideas de un modo accesible y claro al público en general”.
El índice es otra rica probada de la obra de Dupré, es decir, de sus cincuenta ensayos inteligentemente diseñados y explicados sobre conceptos que han marcado pautas en la construcción del pensamiento de la civilización occidental. El maestro Dupré transita de la época clásica a la posmoderna con tranquilidad. Se auxilia de ejemplos comunes como pueden ser programas y actores de medios masivos de comunicación, anécdotas personales que a cualquiera le pueden pasar y cuentos chistosos que ilustran la manera en que, se quiera o no, se entienda o no, la filosofía define nuestros días. “50 cosas…” es también un compendio de pertinentes citas textuales de filósofos que conforman un cómodo marco teórico en cada uno de sus nueve capítulos.
“El cerebro en una cubeta”, “¿Cómo ser un murciélago”, “La carne de un hombre…”, “La teoría del abucheo y del hurra”, “¿Es malo tener mala suerte?”, “El rey de Francia es calvo”, “La falacia intencional”, “La guerra justa” y “¿Sufren los animales?” son algunos de los títulos presentados a lo largo de las 210 páginas de “50 cosas…” del profesor Dupré. Este libro es uno de los seis de una serie donde varios autores exponen sus correspondientes cincuenta asuntos por saber sobre genética (Mark Henderson), sicología (Adrian Furnham), economía (Edmund Conway), física (Joanne Baker) y matemáticas (Tony Crilly).
Si según Ben Dupré, es necesario recurrir a la filosofía, “para decidir qué deberíamos hacer, en vez de qué podemos hacer”, mastiquemos un poco de su estilo expositivo:
1. “La gente cambia muchísimo a lo largo de una vida. Tanto física como sicológicamente, debe haber muy pocas cosas en común entre un niño de dos años y el abuelo de noventa que ha ocupado su lugar 88 años más tarde. ¿Son, pues, la misma persona? Si es así, ¿qué hace que lo siga siendo? El asunto no es irrelevante: ¿es justo castigar a un hombre de noventa años por algo que hizo setenta años atrás? ¿Y si no lo recuerda?” (pp. 44-45).
2. “Imagina que tuviéramos unas membranas en los brazos que nos permitieran volar al caer el sol y cazar insectos con la lengua al alba; que tuviéramos una vista muy limitada y percibiéramos el mundo circundante mediante un sistema de emisión de signos de alta frecuencia sonora; y que pasáramos el día colgados cabeza abajo en el techo de un ático. Hasta donde alcanza mi imaginación (que no es mucho), esto sólo me dice cómo sería para mí comportarme como un murciélago. Pero no se trata de eso. Lo que quiero saber es cómo es ser un murciélago para un murciélago” (p. 36).
3. “Parece absurdo preguntarlo. Las consecuencias de decir la verdad son fatales. Naturalmente, hay que mentir (una mentirilla, piensas, por una buena causa). Pero para Immanuel Kant, uno de los filósofos más influyentes y, según algunos, el filósofo más importante de los últimos trescientos años, ésta no es una respuesta correcta. No mentir es, para Kant, un principio fundamental de la moral, un ‘imperativo categórico’: algo que estamos obligados a hacer, incondicionalmente y a pesar de las consecuencias” (p. 76).
4. “En la película del año 2002 ‘Minority Report’, Tom Cruise interpretaba al jefe de policía John Anderton del departamento de anticipación criminal de la ciudad de Washington. Anderton arrestaba a criminales antes de que cometieran el crimen, puesto que estaba convencido de que podían anticiparse a sus actos con absoluta certeza. Pero cuando el propio Anderton es acusado, se convierte en fugitivo, y le resulta imposible creer que sea capaz de asesinar. Al final, la posibilidad de anticipar los crímenes queda desacreditada, y con ello el determinismo, dejando intacta la fe de los espectadores en el libre albedrío” (p. 173).
5. “La mayoría de los individuos no someterían a un igual a condiciones de hacinamiento y suciedad para terminar comiéndoselo; ni probaría productos químicos de propiedades desconocidas con niños; ni modificaría genéticamente a humanos para estudiar su biología. ¿Existen razones para tratar de este modo a los animales? Debe existir alguna justificación moral atendible (según los defensores de los derechos de los animales) para rechazar conceder la misma consideración a los intereses de los animales que a los de los hombres. De otro modo estaríamos ante un caso de prejuicio o de intolerancia, de discriminación por cuestiones de especie, es decir, de ‘especismo’: una falta de respeto fundamental de la dignidad y las necesidades de los animales que no son humanos, tan ilegítima como la discriminación por cuestiones de género o raza” (p. 110).
Si las visitas a las librerías pueden ser tan “aventureras” como ir a jugar al casino, entonces nada más antojable que la filosofía convertida en goma de mascar para refrescar el aliento crítico.
Vía: eldiariodechihuahua.mx
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