Søren Kierkegaard es en muchos sentidos, si no en todos, uno de los filósofos más peculiares en la historia de la filosofía occidental. Ello no es de ningún modo casual, sino que obedece justamente al personalismo que le caracterizó como pensador y como hombre de fe; aquél que le llevó a escribir buena parte de su obra con seudónimos y que le hizo disponerla no como un sistema especulativo, sino como el camino de una existencia. Por eso resulta también problemático tratar de incorporarle a la tradición filosófica. Si bien leyó con profundidad a Platón, no es en absoluto platónico. Si bien muchos de sus conceptos sólo pueden entenderse a partir de Hegel, es más bien claramente antihegeliano (y eso hay que subrayarlo frente a ciertas interpretaciones recientes que quieren reducir al máximo esa oposición). Aunque su subjetivación del pensamiento y de la fe se aproxima mucho a la de Kant, el grado máximo del individuo (su unión con Dios) es para él algo que excede toda explicación racional y por lo tanto no debe restringirse a la mera razón (lo cual tampoco significa que deba llamársele, sin más, irracionalista). Si bien su concepción del individuo como "el Único" lo hacen cercano a Stirner y a Nietzsche, no hay que olvidar que lo fundamental para Kierkegaard es la orientación religiosa del hombre, a diferencia del filósofo de la muerte de Dios. Por otro lado, si bien critica al Romanticismo, sobre todo a su concepto de ironía que considera vacío, tiene sin embargo afinidad con el espíritu romántico, quiere ser un héroe de la fe como el Cristo de los románticos. Y así podría seguirse con otras referencias. Similares problemas ha tenido al considerársele como pastor o teólogo; no es frecuente observar que se le considere dentro de la tradición teológica del protestantismo (y menos en la del catolicismo), además de sus ideas, por sus duras críticas a la institución religiosa y al tipo de fe que ésta propaga. (Los periódicos que publicó contra la Iglesia danesa casi al final de su vida han sido traducidos al español por el equipo de la Biblioteca Kierkegaard de Argentina, a quienes tuve el gusto de conocer no hace mucho. La referencia: El instante, trad. de A.R. Albertsen, M.J. Binetti, O.A. Cuervo, H.C. Fenoglio, A.M. Fioravanti, I.M. Glikmann y P.N. Gorsd, Madrid: Trotta, 2006, 204 p.)
En lo que respecta a la estética musical de Kierkegaard hay que remitirse a su primera publicación, Enten-Eller. Et Livs-Fragment I (trad. esp.: O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida I, trad. de Darío González y Begonya Sáez Tajafuerce, Madrid: Trotta, 2006, 440 p.), la cual corresponde a su estadio estético ("aquello que un hombre inmediatamente es"), en clara oposición al ético ("aquello a través de lo cual un hombre llega a ser lo que llega a ser"), aunque, como señala en Mi punto de vista, ya desde esa obra todo apunte a lo religioso (algo que debe tener presente todo aquel que se entusiasme con el Diario de un seductor, que es parte de ésta). Lo central de su análisis de la inmediatez estética está en el escrito dedicado al Don Giovanni de Mozart. Algo que no debe pasarse por alto es que, para Kierkegaard, la música de Mozart (la música y no propiamente el libreto) es lo musical por excelencia; lo que implica una clara preferencia por el clasicismo en una época en la que, además de la filosofía idealista, se exaltaba a la música romántica (especialmente a Beethoven). De ese modo, lo que Kierkegaard escribe sobre la música ayuda a comprender también sus diferencias con el Romanticismo y con el Idealismo alemán.
En general, sus apreciaciones sobre la música se asemejan bastante a las que hace Kant desde una perspectiva no existencial sino epistemológica. Ambas son, cada una a su modo, aproximaciones a lo musical radicalmente opuestas a las del idealismo. Incluso si se observa que lo estético en Kant no se refiere sólo a lo artístico, sino a la percepción en general, se puede asimismo advertir la similitud cuando Kierkegaard le critica a Hegel que haga comenzar al Sistema desde lo inmediato (es decir, que pretenda incluir lo inmediato), cuando un Sistema supone necesariamente reflexión y la inmediatez de la existencia, que bien representa la música, es previa a toda reflexión. Tanto Kant como Kierkegaard parten de la materia física (y fisiológica) de la música; por eso colocan su fin en la complacencia y el goce estético, y no en el conocimiento o la significación.
Hechas estas observaciones, se puede entender mejor que ambos filósofos le den una especial relevancia a la subjetividad en lo musical, y que esto se de en el marco más amplio de la relación entre objetividad y subjetividad. Recuérdese que para Kant uno de los principales propósitos de su Kritik der Urteilskraft (Crítica de la facultad de juzgar) era demostrar cómo el juicio de gusto, siendo subjetivo, es no obstante universal y por ende comunicable. En el caso de Kierkegaard, la música, como todo lo que existe, sólo tiene realidad en su relación con el único realmente existente: el individuo (den Enkelte). Por eso afirmaba sobre el sonido lo siguiente:
La naturaleza es muda, y es ridículo forjarse la ilusión de que se oye algo cuando se oye el mugido de una vaca o, de manera acaso más legítima, el canto de un ruiseñor; es ilusorio suponer que se oye algo, y es ilusorio suponer que una cosa tiene más valor que la otra, pues no hay ninguna diferencia.
Esa indistinción objetiva entre los sonidos se parece a la que hace Kant al destacar esa cierta "falta de urbanidad" que tiene la música, que la convierte en ruido para quien no quiere oirla. Eso no tendría por qué tomarse como un menosprecio de la música, como ha sido usual, sino simplemente como una válida constatación a partir de su origen físico.
Vía: philoarte.blogspot.com
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1 comentarios:
Me encanta este articulo creo q lo he leído como 5 vEces y siempre le encuentro algo nuevo
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