La muerte del filósofo hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez –ocurrida ayer en esta capital, como consecuencia de un mal respiratorio– implica, para el mundo de la academia, la cultura y el pensamiento político de nuestro país, una pérdida múltiple: la del uno de los más destacados representantes del exilio republicano español en nuestro país –fuente invaluable de riqueza cultural y científica para el México del siglo XX–; la del más reconocido investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México en el terreno de las humanidades; la del académico que supo articular como pocos la labor teórica y la praxis política, y la del inagotable pensador sin cuya presencia sencillamente no se explica la enseñanza del marxismo en México.
A lo largo de su vida, Sánchez Vázquez logró integrar una generosa producción académica e intelectual caracterizada por la originalidad y por la independencia de las interpretaciones ortodoxas y dogmáticas de los textos de Carlos Marx: desde esa posición, reivindicó la dimensión creadora del ser humano y la socialización de la cultura y el arte como formas de contrarrestar la deshumanización producida por el capitalismo; arrojó luz, en los años más duros de la guerra fría, a escritos y autores marxistas desconocidos y excluidos de las corrientes que por entonces hegemonizaban las interpretaciones en el bloque oriental, y abrió, para un conjunto de pensadores mexicanos y latinoamericanos de las décadas de los 60, 70 y 80, la posibilidad de comprensión de una visión alternativa del socialismo, de rostro humanista y democrático, y de renovada capacidad explicativa frente a las iniciativas revolucionarias que, inspiradas en el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, se desarrollaron en esos años en Latinoamérica.
Dueño de una congruencia y un rigor intelectual inquebrantables, cuyo único compromiso ético fue siempre con la emancipación de los individuos y de los pueblos, el filósofo logró emancipar su propio pensamiento de las lecturas autocomplacientes: así, transitó de la toma de distancia crítica respecto del socialismo real
–incluso desde décadas antes de la caída del Muro de Berlín– a la oposición de las interpretaciones que pregonaban el fin de la historia
y que cobraron celebridad momentánea en las postrimerías del siglo XX, tras el derrumbe de la línea emblemática que dividía al mundo en dos bloques geopolíticos, ideológicos y económicos. El claro fracaso del pretendido orden unipolar que Washington pretendió implantar hace tres lustros, así como el palmario error de quienes afirmaron el supuesto triunfo mundial de la economía de mercado asociada a modelos democráticos representativos, han quedado en evidencia ante la multipolaridad planetaria vigente y ante la diversidad política y económica de la comunidad internacional contemporánea. Ello, a su vez, ha acabado por dar la razón a quienes, como Adolfo Sánchez Vázquez, persistieron durante todo este tiempo en la interpretación de las realidades sociales desde visiones alternativas a la dominante.
Si es verdad que algunos silencios resultan sintomáticos, el que suele guardarse desde el oficialismo y sus círculos académicos cercanos en torno a la vigencia y la importancia de la filosofía marxista de Adolfo Sánchez Vázquez es indicativo de la incomodidad que genera el pensamiento crítico en la configuración del poder político y económico que domina en el país y en el mundo. Cabe esperar que el pésame colectivo provocado por la muerte del filósofo en estas horas y días tenga el efecto de una multiplicación en los intentos rigurosos por hallar, en su obra, antídotos frente a los efectos devastadores del capitalismo salvaje –e incluso de otras formas menos sofisticadas de barbarie– en sociedades como la nuestra.
vía: LaJornada
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