Persona y acción es la obra cumbre del pensamiento filosófico de Karol Wojtyła y uno de los textos antropológicos decisivos del siglo XX. El modo genial en que concilia la filosofía del ser y de la conciencia, la fenomenología y el tomismo desde una perspectiva personalista, la convierten en una obra de referencia insoslayable.
Juan Manuel Burgos
Si bien Wojtyła se encuadra sólidamente en la tradición realista, su pensamiento es plenamente moderno. No sólo asume el giro antropológico de la modernidad sino que, dando un paso más, se integra en el giro personalista llevado a cabo en el siglo XX.
Itinerario intelectual
Este descubrimiento, inicialmente, afectó a sus estudios de ética, materia de la que era profesor entonces en la Universidad de Lublin. Sus investigaciones, en concreto, se enderezaron en la línea de la creación de una ética personalista que buscaba renovar la ética tomista a partir de las propuestas de Scheler y, en parte, también de Kant.
Pero, cuanto más profundizaba en este camino, más patente resultaba que era sencillamente imposible desarrollar una ética de corte personalista, integrada por elementos tomistas y fenomenológicos, si no se disponía de un sólido concepto de persona de las mismas características.
Un primer paso en esa dirección lo constituyó Amor y responsabilidad, publicado en 1960. Se trata de un novedoso ensayo de ética sexual, explicado a partir de las relaciones interpersonales, en el que Wojtyła ha asumido los conceptos modernos de sujeto, subjetividad, consciencia, autodeterminación, persona como fin en sí mismo, etc. Y, sobre esta propuesta, elabora su propia visión intelectual: la norma personalista, la prohibición moral de la instrumentalización sexual de la persona, la sexualidad como donación, etc.
El proyecto de “Persona y acción”
La concepción pretende nada menos que refundar la antropología realista a la luz del pensamiento moderno y, en concreto, de la fenomenología.
No era posible elaborar una antropología moderna usando directamente los conceptos técnicos del sistema aristotélico-tomista (sustancia y accidentes, potencia y acto, la naturaleza hilemórfica, etc.). Tales conceptos impedían integrar de manera satisfactoria las novedades que deseaba incorporar: subjetividad, autoconciencia, autoreferencialidad, yo, etc.
Al mismo tiempo, era igualmente consciente de que tampoco podía asumir, sin más, los presupuestos modernos, ya que ello conducía al idealismo. Su respuesta a este complejísimo problema fue la completa reconstrucción de los conceptos antropológicos básicos a partir de elementos tradicionales y modernos. Y el resultado es la elaboración de una antropología personalista ontológica bastante completa que no es ni metafísica ni fenomenología.
Wojtyla evita la dimensión categorial de la metafísica del ser, porque esta se expresa a través a través de conceptos como acto, potencia, sustancia, accidentes, etc. que son, justamente, los que Wojtyła quiere eludir porque le impiden su objetivo primario: elaborar una antropología que incorpore la subjetividad.
Algo paralelo sucede con la fenomenología. Wojtyła la conoce muy a fondo y se inspira ampliamente en ella pero, en sentido estricto, no es un fenomenólogo. La síntesis superadora y armonizadora de ambas actitudes es la que determina la configuración filosófica de Persona y acción, es decir, una antropología ontológica personalista de fundamentos tomistas y fenomenológicos.
El proyecto de Wojtyła en Persona y acción se puede entender como uno más de los intentos de los pensadores cristianos del siglo XX (Maréchal, Maritain, Stein, Mounier, Guardini, Marías) de unificar la tradición filosófica clásica, las premisas realistas, con el pensamiento moderno; como un esfuerzo más, brillante y cuajado en este caso, de integrar las dos grandes tradiciones filosóficas, la del ser y la de la conciencia, para alumbrar una antropología positiva. Una antropología capaz de ofrecer al no creyente, desde una razón contemporánea, un modelo de persona integrada, equilibrada y abierta a la trascendencia. Y, al creyente, un sistema de pensamiento que le evite la obligación de asumir formulaciones filosóficamente anticuadas como precio por la coherencia con su fe.
La experiencia, punto de partida
Es posible hablar en Persona y acción de una doble metodología. La primera es el método filosófico general de Wojtyła, que se basa en la experiencia.
Wojtyla intenta superar, desde el inicio, la dicotomía entre el objetivismo de la filosofía del ser y el subjetivismo de la filosofía de la conciencia. La primera alcanza la objetividad, pero tiende a mirar a la realidad desde el exterior lo que significa, en el caso de la persona, que pierde algo tan decisivo como su subjetividad. La segunda alcanza la subjetividad, puesto que parte directamente de ella, pero se trata de una subjetividad-conciencia desarraigada del ser, por lo que se abre el camino hacia el idealismo o el subjetivismo. ¿Cómo resolver el problema? Tomando como principio de la filosofía un concepto que incluya al mismo tiempo la objetividad y la subjetividad. Y este concepto es el de experiencia.
Para él, la experiencia, es decir, la dimensión cognoscitiva de la vivencia a través de la cual interactuamos con el mundo, se compone de dos elementos indisolublemente unidos: la vivencia de un contenido (objetividad), puesto que siempre experimento algo concreto; y la vivencia de mí mismo al vivir o experimentar ese contenido (subjetividad).
La experiencia es el acto que me da unitaria e integradamente estos factores y que, por lo tanto, unifica desde el principio la objetividad y la subjetividad, constituyéndose en el punto de partida de todo filosofar.
De la acción a la persona
El segundo nivel metodológico lo encontramos en el modo concreto de abordar el problema central de este ensayo: la persona y su acción. El procedimiento habitual de la filosofía tradicional consistía en analizar primero la persona, determinando su estructura ontológica, para pasar, en un segundo momento, al análisis de la acción. Pues bien, Wojtyła va a invertir esta perspectiva de modo radical. En primer lugar va a analizar la acción y, a través de ella, va a intentar descubrir a la persona. Será la acción quien le revele a la persona.
La razón fundamental de este cambio es que para Karol Wojtyła el hombre es persona, es decir, un quién, porque posee una estructura de autodeterminación en relación con la verdad. Solo los hombres poseen esta estructura, y esta estructura sólo se hace efectiva en la acción. Por lo tanto, no es posible descubrir que el hombre es persona, es decir, un quién capaz de autodeterminarse, más que a través del análisis de la acción.
Otras aproximaciones permitirán comprenderle previsiblemente como naturaleza, y, más precisamente, como naturaleza racional, pero siempre como un qué, no cómo un quién dueño de sí. Sólo el análisis de la acción nos va a mostrar al hombre-sujeto-persona a través de la estructura de la autodeterminación.
Vía: aragonliberal.es
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