Bohodón Ediciones.

Madrid, 2011.

363 páginas.

Lo primero que hay que agradecer a Teófilo Ruiz es su atrevimiento al revisitar –en medio de la trivialidad y flojera intelectual imperantes- el complejo pensamiento del más “intratable” de los filósofos, con el mérito añadido de hacerlo desde una rigurosa honestidad de divulgador ; exigido primordialmente por el afán de comprender y facilitarnos la comprensión del fenómeno Nietzsche que, desde su estallido, no ha dejado de agitar el mundo occidental de las ideas. Al derogar la razón socrática Nietzsche inició la apasionante travesía que le llevó a poner patas arriba -sobre la invocación radical y vitalista del instinto, y la refutación de la moral cristiana- todo el edificio doctrinal europeo y hoy, casi siglo y medio después, todavía nos interpela como un desafío intelectual mayor.

Nietzsche viajó a la Hélade clásica para condenar a Sócrates y su optimismo racionalista pero, sobre todo, para resucitar a Dioniso de su muerte mitológica y, con él, al espíritu de la tragedia. La dimensión orgiástica, extática e irracional del dios atrajo, y de qué modo, a una generación cuya infancia había estado dominada por rígidas nociones de disciplina, control y abnegación y, por tanto, no es casual que el giro tuviese por escenario Alemania y el imperio austrohúngaro (pertinente al respecto la evocación en el libro de los juveniles años de formación del pensador en Pforta).

La muerte de Dioniso es el relato pormenorizado del viaje que lleva hasta la Tetralogía nietzscheana; hasta la muerte de Dios, el superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno. Es la descripción de muchas afirmaciones -del hombre, de sus impulsos, de la emocionalidad, de la pasión…- opuestas a la negación de toda esperanza sobrenatural : La aniquilación del cristianismo es una exigencia. Y así, por mencionar uno de los pilares de la doctrina de Nietzsche, la noción del eterno retorno -tan largamente controvertida- no es tanto la afirmación del tiempo circular como la negación de una linealidad trascendental al modo platónico-cristiano: Cada momento, cada existencia individual en cada uno de sus instantes tiene sentido en sí mismo.

Es además, el eterno retorno, la concepción de un esteta: “…vivir de modo que sea deseable volver a vivir esta misma vida en una repetición eterna”. Y viene esto a propósito de la condición de filosofía poética que tanto señala –y tan acertadamente subraya el libro de Teófilo Ruiz- la obra de Nietzsche. Un pensamiento expresado en buena medida en aforismos y en metáforas que terminó por no reconocerse sino en los poetas –Hölderlin, y por encima de todo, Goethe- una vez cuestionados hasta la negación los otros dos ídolos caídos del panteón del filósofo del martillo. La ‘voluntad de existir’, clave en el sistema de su admirado Schopenhauer, quedaba sepultada bajo el desarrollo de la idea nietzscheana de voluntad de poder. El venerado Wagner, su esperanza de retorno a la pureza de la tragedia clásica, terminaba inclinándose ante la esencia cristiana en Parsifal.

No hay en La muerte de Dioniso, y es importante enfatizarlo, ni condena de Nietzsche ni tentativa de salvarlo de sí mismo. Poeta-filósofo, siempre rehén y víctima de lecturas tan interesadamente literales como ayunas de sutilezas interpretativas, está señalado como protoideólogo –y bien que se preocuparon ellos de cultivar esa imagen- de los criminales nazis; y ello pese a su desprecio por el antisemitismo y el rancio nacionalismo prusiano. Las doctrinas nihilistas también se reclaman herederas de su pensamiento. Es cierto que su aristocratismo, su furibunda misoginia, sus ideas apocalíptico-purificadoras en favor de los más fuertes, sus críticas feroces del pensamiento ilustrado, facilitan su encaje como precursor de las corrientes más reaccionarias del último siglo. Su ambigüedad, además de las manipulaciones de su hermana al editar, con deplorables criterios nacionalistas y racistas, sus escritos póstumos, justifican en fin la sentencia condenatoria –que se recuerda en las páginas finales de La muerte de Dioniso- a la pena de ser interpretado pero no comprendido.

A eso, a comprender, nos convoca la aproximación de Teófilo Ruiz, que ha introducido además en su libro la adecuada dosis de fabulación biográfica para vestir la evidencia de que la vida de Nietzsche fue un atormentado itinerario de profunda soledad intelectual y afectiva cuya más dolorosa prueba se llamó Lou Von Salomé.

La mezcla de genio y locura fue parte casi canónica del repertorio romántico y, finalizando el siglo XIX, Nietzsche –como Edgar Allan Poe o Charles Baudelaire, como Robert Schumann o Vincent Van Gogh- encarnó esa experiencia de racionalidad inestable y al tiempo visionaria, sustancia de la creación artística como antes lo fue de la religión. La enajenación final de Nietzsche –su llanto abrazado a un caballo maltratado- no fue más que el hecho artístico culminante del acceso a la condición de dios una vez cumplida la misión de transvalorar todos los valores.

Vía: estrelladigital.es