ANGEL GONZALEZ GARCIA
Con un título, Contra la Historia, que parece inequívocamente sugerencia del propio Cioran, y así se nos declara en la contraportada, publica Esther Seligson un conjunto de artículos y aforismos de este escritor rumano, espigados unos de aquellos de sus libros que aún permanecen inéditos en España Histoire et utopie, Syllogismes de l'amertume, La chute dans le temps y De l'inconvenient d'être né); tomados otros de la Nouvelle Revue Française (NRF), revista a la que suele confiar sus incalificables ejercicios de estilo. Por obra y gracia de Fernando Sabater, traductor, comentador y, en otro tiempo, inventor incluso, para algunos maliciosos, de sus obras, Cioran es conocido suficiente e insólitamente en nuestro país; hasta tal punto, que no sería quizá oportuno descartar que cuente con un puñado de lectores descarriados y temerarios. Temerarios digo, porque al abrir un libro de Cioran y recorrer sus páginas entre razonables sobresaltos, uno siente lo que probablemente pudo sentir aquel abuelo nuestro libre pensador en Soria, cuando en la soledad de la noche sacaba del estante menos accesible de su biblioteca un tomo de las obras de Voltaire: el vértigo de un secreto veneno. «Un libro debe ser un peligro», confiesa Cioran; y los suyos lo son.
Lecturas especulativas
Cioran escribe para el lector amigo de paradojas, aforismos y acertijos, esto es: para quien piensa que las cosas que merece la pena pensar no consiguen desentenderse del riesgo de su inutilidad o de su fatalidad. Son lecturas para caballeros especulativos y un poco escépticos, no para jóvenes opositores o filósofos arrepentidos: Cioran no vende nada, ni siquiera desesperación, como algunos de sus partidarios más fanáticamente catastróficos suponen; sólo brinda desengaño, algo que, según sentencia agudamente Gracián, tan próximo a Cioran en ocasiones, «siempre fue pasto de la prudencia, delicias de la entereza». ¿Y qué mejor ocasión para oficiar de prudente y desengañado que el estudio de la historia?La historia es un tema obsesivo en la obra de Cioran, de ahí el acierto de la Seligson (a falta de otros, como la correcta traducción, disculpable sin duda a la vista del arduo estilo de Cioran, o un prólogo que peca de positivo) al reunir en este librito algunos de sus textos más sabrosos. El lúcido, que así llama Cioran al desengañado, ha ido desgranando todas las tentaciones que a su insomnio, toda, las a su desconfianza hay; pero aún debe la última, la del tiempo que atribuye forzosamente un sentido, trágico o venturoso -tanto da- a todo lo que en él se aloja y dura: al sabio, en primer lugar. Es él quien sabe de los horrores del tiempo, pero también de la fascinación que el tiempo acaba por ejercer sobre el hombre que se empeña en discurrir entre esos horrores. Sabe que el tiempo nos deshace y nos despoja, pero intenta posesionarse de cada uno de sus instantes, rompiendo así su señorío. Quien se desengaña del tiempo, convencido de que nada bueno trae consigo, corre el peligro de caer del tiempo, de quedar a un lado del camino y tener que con templar una desoladora sucesión de instantes vacíos, deplorando el fin de aquellos días que, a su pesar, arrastraban alguna sombra de vida. ¿Cómo ir, pues, contra el tiempo, contra la historia, sin darle a la historia la oportunidad de librarse de nosotros, concediéndonos lo que nunca deja de prometer: la muerte? La respuesta se nos hiela entre los dientes cuando compren demos que ni la mismísima muerte nos exime de morir a la historia, pues ésta se las compone para convertir nuestra muerte en un ejemplo a seguir. Si hubiera alguien tan loco que eligiera la muerte para hurtársela a los otros, de nada le serviría: la historia convierte cada muerte en pretexto de todas las muertes. La muerte es contagiosa, y el héroe moribundo siempre se disculpa haciendo memoria de los héroes muertos o acrecentando la memoria de la muerte en quienes todavía no lo son, por vivos simplemente.
Así, de muerte en muerte, la historia se despeña sin remedio. Toda nueva edad es incomparablemente más letal que la anterior: el progreso, palabra que para el hombre moderno resume la positividad del curso de la historia, lo explica Cioran como una pérdida o, al menos, como una «deserción hacia adelante», como «una prisa hacia un porvenir donde ya nada ocurre». Despojados del presente, arrastrados hacia un futuro que produce verdadero pánico, aunque sólo sea porque exige que pongamos nuestras fuerzas al servicio de nuestra propia muerte, no nos queda sino el pasado, un catálogo de desdichas y cursilerías, a partes iguales: "El fin de la historia esta inscrito en sus comienzos". El hombre abandonó el Jardín para consumar un destino absurdo o, sí se prefiere «una odisea inútil»: la que lleva de la barbarie a la decadencia y pasa aleatoriamente por la civilización. ¿Por qué nos decidimos: por el crimen o por el suicidio? No resulta nada fácil: la fuerza y la plenitud del bárbaro se ganan a costa de crueldad e intolerancia, a costa de la necesidad de la muerte; y sólo cuando el bárbaro se debilita, alcanza ese espejismo de libertad hace del civilizado un hombre que ha caído en el abismo de su impotencia y espera el desenlace final a manos de los bárbaros de la periferia. La libertad es entonces como la última comida de un condenado a muerte, una banalidad biológica, pero un placer inaplazable.
Simpatías
Cioran no oculta que sus simpatías se inclinan del lado de lo que declina. Nadie lo pondrá en duda si conoce los libros que gozan de su favor: los de Pirrón, Marco Aurelio, Juliano el Apóstata, Meister Eckhart, Montaigne o Pascal; una buena colección de traidores a la vigorosa impertinencia de los pueblos e ideologías triunfantes.Sea cual sea la elección de cada hombre, lo que sí conviene es que cada palo aguante su vela, pues resulta un juego en verdad estúpido que los bárbaros y sus amigos se sientan molestos cuando se les lacha de tales o cuando se les echa en cara su pasión por las cárceles y la tortura -con el agravante de que tienen en tan mal concepto a sus enemigos que confían astutamente en que la puñalada a la vuelta de la esquina o el fusilamiento al amanecer les pillará de sorpresa- Los bárbaros siempre serán eso los bárbaros, y a nadie admiran.
Vía: ElPais.es
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