viernes, 15 de julio de 2011

El mapa de una vida [Walter Benajmin y la pasión epistolar]




Silvia Hopenhayn

No todos los escritores, por facilidad de palabra, tienen ganas de contar sus vidas. En muchos casos, esto significa inventarla por escrito y perderse las anotaciones al margen que surgen de improviso. Puede ser más creativo que la cuenten los demás, como en el caso de las biografías, o mejor aún, que el relato surja de un intercambio, como ocurre con las correspondencias.

Walter Benjamin, el filósofo y crítico alemán de la primera mitad del siglo XX, autor del célebre ensayo La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica , visionario y víctima de los horrores del nazismo, fue un pródigo escritor de cartas. Una de sus mejores corresponsales fue su amiga Gretel Adorno, también muy cercana a Bertolt Brecht y Ernst Bloch, y luego esposa de Theodor W. Adorno, uno de los fundadores de la afamada Escuela de Fráncfort.

Podría decirse incluso que la amistad entre Gretel y Walter terminó de forjarse en esos prolíficos envíos postales. Acaba de aparecer un volumen que reúne las 180 cartas que componen esa relación, con el título Correspondencia 1930-1940 (Eterna Cadencia), con un luminoso prólogo de Mariana Dimópulos, también responsable de la ceñida traducción y las generosas notas. Es maravilloso cómo en las cartas se va trazando el perfil de cada uno a través del otro; en el estímulo afectivo de la pregunta, la invitación a pensar o el mero hecho de compartir una vivencia a la distancia. En el intercambio particular entre dos amigos entrañables, ambos protagonistas de una época convulsionada y creativa, vemos surgir sus deseos y abnegaciones; severas críticas, ideales, proyectos, "enojos bajitos" y "alegrías tremendas". También la impotencia frente a lo que adviene (la Segunda Guerra Mundial). De allí que las cartas tengan esa doble función de testimonio ligado a una época y de arrojo personal. Como bien dice Dimópulos, diferenciando la escritura de un diario de la de las cartas, "antes de ser documento, la carta es también un regalo. [?] El diario es nuestro, la carta es del otro".

Los viajes de Benjamin favorecían al espíritu epistolar. Si bien era un degustador de las ciudades, de París a Dinamarca, de Berlín a Marsella, también padeció un exilio de siete años, con veintiocho direcciones en distintos puntos de Europa. En sus cartas aparece el desgarro, la necesidad de transvasar lo escrito para estar junto al otro. En mayo del 34, le escribe a Gretel: "Difícilmente podrás imaginarte cuánto me haría falta en este momento hablar contigo". Según Dimópulos, "la carta es un testimonio de humanidad que nos acerca, materialmente y sin mayor riesgo de idealización, a la vitalidad de un momento de vida asociada a una fecha". Quizás el esmero de Benjamin por reflejar su entorno y las vicisitudes de su espíritu en estas cartas sea como el del cartógrafo que establece las coordenadas de un territorio. El mismo consideraba que podía ser más preciso un mapa de la propia vida que una estipulada, o incluso aleatoria, narración.

Vía: lanacion.com.ar

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