La ensayista italiana Michela Marzano, en su libro "Programados para triunfar", pisa el terreno otra vez para explorar el mundo del coaching, la gestión empresarial y la autorrealización según los protocolos definidos por el hiperindividualismo contemporáneo.
El libro forma un tríptico con sus dos libros anteriores, "La pornografía o el agotamiento del deseo", editado por Manantial, y "La muerte como espectáculo", como éste, también publicado por el sello Tusquets.
Marzano nació en Roma en 1970. Se doctoró en filosofía con una tesis dedicada al estatuto del cuerpo humano, y cómo determinadas prácticas afectan la subjetividad y cómo las concepciones de la moral y la ética.
"Programados..." ilumina parte de la escena actual, dominada por una filosofía hedonista (la otra cara del nihilismo) que entiende al poder no como un capítulo de la historia de la disciplina sino como un beneficio de la permisividad: una jaula de oro.
"Asistimos hoy a lo que se llama en la jerga epistemológica a un `cambio de paradigma`, que puede dar vértigo, pero que se muestra extremadamente seductor", dice la especialista.
Y agrega: "Del modelo `paternalista`, según el cual la autoridad religiosa, moral o política podía interferir constantemente con la libertad de los individuos en nombre del bien o de la prevención del mal, hemos pasado a un modelo `individualista`".
Según indica ese dispositivo, "nadie puede determinar su concepción del bien mejor que el propio individuo y por lo tanto, lo que quiere o no quiere hacer".
Así las cosas, la autenticidad, el voluntarismo y la autonomía son las vigas maestras de este edificio. En otras palabras: es el paso de la sociedades disciplinarias a las de control -en el sentido de Gilles Deleuze; un control `permisivo`.
No por nada, Marzano sostiene que la comunidad como lazo social no existe más que como un conjunto de individuos, un atomismo de facto donde lo que prima es el interés (individual, generalmente económico).
Por cierto, sus críticos creen que la pensadora sospecha que hubo una edad de oro que jamás existió (y que suele confundirse con el apogeo del estado benefactor, desde la posguerra hasta la primera gran crisis del petróleo) cuando los países industrializados se sumaron a las vanguardias políticas, artísticas y culturales.
Puede que eso sea cierto, pero también es cierto que el culto a uno mismo no se sostiene más que por poco tiempo. Para resistir una industria prospera desde al menos quince años, cada día de manera más sofisticada: terapistas, coachs, expertos en conducta, conductas, modales, imagen, predicadores de un desierto que no para de crecer.
El otro costado de ese desarraigo, sexual, religioso, político, ideológico, cultural, es la exacerbación de la violencia de clase: audiovisual, gratuita, misógina, da igual, aunque el fundamento sea el mismo: la disparidad de los privilegios.
Marzano -que trató ese tema en su libro anterior, una suerte de espectacularización de la intimidad- vuelve a poner el dedo en la llaga: el héroe del tercer milenio es el gestor empresarial, el líder, el personaje capaz de conquistar un mercado hostil antes que un continente o el polo norte o un desierto.
Con un problema nada menor, y que también es de época: suicidios, depresiones, fatigas crónicas, aburrimientos, desolación objetiva; como si el crack-up que tan bien describió Scott Fitgerald pudiera apoderarse (y quebrar) a los triunfadores de una época sin épica.
Al llegar a este punto, la investigadora pareciera estar divirtiéndose. ¿Cómo se construye un empresario de servicios, un hombre de éxito? En el reino de la libertad, también existen las coerciones.
Marzano cita la revista Management: "`Un buen jefe es el que tiene suficiente confianza en sí mismo para llegar a mostrar la confianza que tiene en sus equipos y manifestarla individual y colectivamente`".
La pregunta va de suyo. ¿Es posible una organización colectiva que funcione sin una minuta mínima de control, orden, jerarquías, estímulos materiales, líderes? Las preguntas retóricas, que son las preguntas de la mala fe, ya vienen con respuesta.
No, dice la italiana, no es posible. Pero sí es posible que los desniveles sean suturados por la confianza, un inmaterial que hace del lazo social una construcción frágil, siempre al borde de la implosión.
La suposición de la teórica italiana es que esa confianza no se sostenga en el terror o la seguridad extorsiva: un ejército de gestores también vende hipotecas impagables, lo cual hace que el ciudadano se vea obligado a discriminar entre los vampiros y quienes bajo el interés genuino, todavía sostienen una solidaridad, mínima pero responsable.
Víua: telam.com.ar
Marzano nació en Roma en 1970. Se doctoró en filosofía con una tesis dedicada al estatuto del cuerpo humano, y cómo determinadas prácticas afectan la subjetividad y cómo las concepciones de la moral y la ética.
"Programados..." ilumina parte de la escena actual, dominada por una filosofía hedonista (la otra cara del nihilismo) que entiende al poder no como un capítulo de la historia de la disciplina sino como un beneficio de la permisividad: una jaula de oro.
"Asistimos hoy a lo que se llama en la jerga epistemológica a un `cambio de paradigma`, que puede dar vértigo, pero que se muestra extremadamente seductor", dice la especialista.
Y agrega: "Del modelo `paternalista`, según el cual la autoridad religiosa, moral o política podía interferir constantemente con la libertad de los individuos en nombre del bien o de la prevención del mal, hemos pasado a un modelo `individualista`".
Según indica ese dispositivo, "nadie puede determinar su concepción del bien mejor que el propio individuo y por lo tanto, lo que quiere o no quiere hacer".
Así las cosas, la autenticidad, el voluntarismo y la autonomía son las vigas maestras de este edificio. En otras palabras: es el paso de la sociedades disciplinarias a las de control -en el sentido de Gilles Deleuze; un control `permisivo`.
No por nada, Marzano sostiene que la comunidad como lazo social no existe más que como un conjunto de individuos, un atomismo de facto donde lo que prima es el interés (individual, generalmente económico).
Por cierto, sus críticos creen que la pensadora sospecha que hubo una edad de oro que jamás existió (y que suele confundirse con el apogeo del estado benefactor, desde la posguerra hasta la primera gran crisis del petróleo) cuando los países industrializados se sumaron a las vanguardias políticas, artísticas y culturales.
Puede que eso sea cierto, pero también es cierto que el culto a uno mismo no se sostiene más que por poco tiempo. Para resistir una industria prospera desde al menos quince años, cada día de manera más sofisticada: terapistas, coachs, expertos en conducta, conductas, modales, imagen, predicadores de un desierto que no para de crecer.
El otro costado de ese desarraigo, sexual, religioso, político, ideológico, cultural, es la exacerbación de la violencia de clase: audiovisual, gratuita, misógina, da igual, aunque el fundamento sea el mismo: la disparidad de los privilegios.
Marzano -que trató ese tema en su libro anterior, una suerte de espectacularización de la intimidad- vuelve a poner el dedo en la llaga: el héroe del tercer milenio es el gestor empresarial, el líder, el personaje capaz de conquistar un mercado hostil antes que un continente o el polo norte o un desierto.
Con un problema nada menor, y que también es de época: suicidios, depresiones, fatigas crónicas, aburrimientos, desolación objetiva; como si el crack-up que tan bien describió Scott Fitgerald pudiera apoderarse (y quebrar) a los triunfadores de una época sin épica.
Al llegar a este punto, la investigadora pareciera estar divirtiéndose. ¿Cómo se construye un empresario de servicios, un hombre de éxito? En el reino de la libertad, también existen las coerciones.
Marzano cita la revista Management: "`Un buen jefe es el que tiene suficiente confianza en sí mismo para llegar a mostrar la confianza que tiene en sus equipos y manifestarla individual y colectivamente`".
La pregunta va de suyo. ¿Es posible una organización colectiva que funcione sin una minuta mínima de control, orden, jerarquías, estímulos materiales, líderes? Las preguntas retóricas, que son las preguntas de la mala fe, ya vienen con respuesta.
No, dice la italiana, no es posible. Pero sí es posible que los desniveles sean suturados por la confianza, un inmaterial que hace del lazo social una construcción frágil, siempre al borde de la implosión.
La suposición de la teórica italiana es que esa confianza no se sostenga en el terror o la seguridad extorsiva: un ejército de gestores también vende hipotecas impagables, lo cual hace que el ciudadano se vea obligado a discriminar entre los vampiros y quienes bajo el interés genuino, todavía sostienen una solidaridad, mínima pero responsable.
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